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¡Vuelve a encontrarte! ¡Sé tú misma!

Actualizado: 17 mar

Desde un punto de vista biológico, cumplir dieciocho años no es muy distinto a tener diecisiete o diecinueve, pero si lo observamos desde una perspectiva jurídica, nos encontraremos entonces ante una frontera: la mayoría de edad.


Ser mayor de edad -al menos en el caso de España- permite a los ciudadanos acceder a un amplio catálogo de libertades consagradas en la Constitución, como, por ejemplo, la de elegir (y ser elegido) en unas elecciones a los representantes públicos, la de conducir vehículos o la de comprar tabaco y/o bebidas alcohólicas.


No obstante, junto a ese abanico de derechos, aparece otro no menor de responsabilidades. Alcanzar los dieciocho años implica, al mismo tiempo, que, dado el caso, se te pueda aplicar en un juicio el Código Penal. Del mismo modo, trabajar y contribuir a sostener los gastos públicos son deberes que tienen todas las personas adultas.


Desde el regreso del presidente Donald Trump a la Casa Blanca y a raíz de su -impredecible y, en cierto modo, inexplicable- giro en lo que a política internacional respecta, Europa, y más concretamente la Unión Europea, se ha visto obligada a iniciar un proceso de emancipación -necesario en mi opinión- de la que hasta ahora ha sido la primera potencia mundial.


El acercamiento de la administración republicana a la Rusia de Vladímir Putin -que no debemos olvidar que fue quien invadió el territorio ucraniano en el mes de febrero de 2022- ha empujado al grupo de los veintisiete, con Úrsula von der Leyen a la cabeza, a trazar un plan de rearme militar para el viejo continente en el momento de mayor debilidad de la OTAN.


La idea de que Europa, la vieja y gloriosa Europa que protagonizó los mejores capítulos del libro de la Historia y que expandió por todo el orbe su civilización, deje de ser un títere; la idea de que pueda recuperar aquello a lo que nunca debió renunciar, esto es, a un papel relevante en las relaciones internacionales -más ahora que la geopolítica vira hacia latitudes orientales-; la simple noticia de un despertar y un decir: ‘oye, que yo estoy aquí y también tengo algo que decir’; tan sólo eso ya es motivo de esperanza.


Sin embargo, no debemos dejarnos engañar por las apariencias. Esto, que suena muy bonito y tiene un cierto toque de epicidad (el héroe que regresa), del mismo modo que ser mayor de edad, tiene unas consecuencias. Abandonar la mesa de los pequeños para volver a la de los mayores, supone asumir, por ejemplo, que, a partir de ahora, también nosotros vamos a ver llegar los féretros de nuestros militares caídos y vamos a ver a sus mujeres y niños llorando sin consuelo, porque lo cierto y verdad es que, hasta el momento, la mayor parte de los muertos los han puesto siempre los americanos.


Pese a todo, hay motivos para la esperanza. Por eso quiero terminar con el grito que San Juan Pablo II lanzó a Europa desde Compostela: “Vuelve a encontrarte. Sé tú misma”.

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